En la carta a los Romanos, san Pablo nos
dice que la esperanza no defrauda.
El motivo es que está fundada sobre el
cimiento más sólido que existe: el amor que Dios nos tiene, y que ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado.
Por eso podemos gloriarnos y alegrarnos,
porque por medio de la fe nos damos cuenta de que Dios siempre está presente en
nuestra vida; de que todo es obra de su amor.
Si con fe acogemos su designio de
salvación, que realiza a través de su Hijo Jesucristo, entonces estamos en paz
con Dios y experimentamos la libertad.
Una paz que se vive aún en medio de
preocupaciones, fracasos y sufrimientos.
La esperanza es un don que nos ayuda a
experimentar que, incluso en los momentos más duros y difíciles, Dios nos ama y
no nos deja solos ni un instante.
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