Para los ancianos se necesitan «espacios de dignidad y libertad», no de
«cerrazón y silencios» que con demasiada frecuencia se convierten en «una
tortura». Es el llamamiento que lanzó el Pontífice durante la audiencia del
sábado 23 de noviembre, por la mañana, a los participantes en la conferencia
internacional promovida por el Consejo pontificio para la pastoral de la salud.
Durante
el encuentro, que tuvo lugar en el aula Pablo VI, el Papa reafirmó que las
personas ancianas, «a pesar de los inevitables “achaques”, a veces incluso
serios, son siempre importantes, es más, indispensables», porque «llevan consigo
la memoria y la sabiduría de la vida». Por ello su existencia «conserva siempre
su valor a los ojos de Dios, más allá de toda visión discriminante».
Mientras que la familia «sigue siendo el lugar privilegiado de acogida y de
cercanía», es necesario que las estructuras asistenciales ofrezcan «el apoyo de
ayudas y servicios adecuados» a los ancianos enfermos, garantizando el «respeto
de la dignidad, de la identidad, de las necesidades de la persona asistida, pero
también de quienes la asisten, familiares y agentes sanitarios». Sólo en esta
perspectiva el itinerario de atención se transforma en «una experiencia muy rica
tanto profesional como humanamente»; de lo contrario —exhortó el Santo Padre —
se corre el riesgo de llegar a ser «mucho más semejante a la simple y fría
“tutela física”». El Papa se refirió también a la «importancia del aspecto
religioso y espiritual» de la actividad asistencial: una dimensión que,
recordó, «sigue siendo vital incluso cuando las capacidades cognitivas se
reducen o se pierden».
Antes de reunirse con los congresistas el Pontífice saludó, en la sala
Clementina, a los miembros de los Comités olímpicos europeos, alentándoles a
promover a través del deporte «los valores humanos y religiosos que son el
fundamento de una sociedad más justa y solidaria». Cuando la actividad deportiva
«se considera únicamente según parámetros económicos o de consecución de la
victoria a toda costa —destacó— se corre el riesgo de reducir a los atletas a
mera mercancía de la cual sacar provecho», en un mecanismo perverso que hace
perder «el verdadero sentido de su actividad».