Más de dos mil quinientas personas procedentes de todos los rincones de la geografía onubense compartieron el día 25 de mayo una jornada de convivencia inolvidable en el acto de proclamación de la fe de toda la Iglesia de Huelva, que tuvo lugar en el entorno del Monasterio de La Rábida.
Dicho acto se enmarca en la celebración del Año de la Fe, proclamado por Benedicto XVI el pasado 11 de octubre, cuyo motivo central es la celebración del cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II, una ocasión para que los cristianos de todo el mundo, y de la provincia en particular, redescubran la alegría de la fe y el entusiasmo por transmitir la fe.La celebración, presidida por el obispo de Huelva, José Vilaplana Blasco, y concelebrada por el obispo emérito, Ignacio Noguer Carmona, y el clero diocesano, ayer presente en su mayoría, fue animada musicalmente por las voces de la Coral Gaudeamus y el Coro Joven Voces Unidas, sobre la maestría armónica de la Orquesta Clásica Sifonietta Colombina, dirigida por el músico Abel Moreno Biedma. Además, en la celebración eucarística participaron miembros de las distintas delegaciones y secretariados de la Diócesis de Huelva, como expresión de la eclesialidad del acto.
Al comienzo de su homilía, el obispo de Huelva manifestó que “no estamos aquí para glorificarnos a nosotros mismos, sino a Dios que, en su amor de Padre, nos ha revelado su amor en su hijo Jesucristo y palpita en nuestro corazón por la presencia del Espíritu Santo que habita en nosotros”. Vilaplana invitó a tener un recuerdo agradecido a aquellas personas que, sencillamente, nos han transmitido la fe, así como a los grandes testigos que, “en momentos en los que parece que todos los callejones se cierran -como ocurre en nuestros días-, han abierto puertas y han iluminado las salidas, porque el que cree todo lo puede”.
Así, exhortó a los presentes a no tener miedo ni ser hombres y mujeres de poca fe: resistiendo en medio de los ambientes hostiles; no imponiendo la fe, pero sí proponiéndola como un camino de auténtica alegría; y a que esta fe se refleje en una vida llena de obras de justicia, solidaridad y caridad verdadera, para que nuestro mundo sea, cada vez más, un mundo más humano.
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