Ayer jueves el Santo Padre señaló que la pena de muerte o la venta de esclavos son hoy pecado mortal
(Osservatore © Romano)
Partiendo de la Primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, el papa Francisco trazó una panorámica sobre la historia de la salvación.
Lo hizo en la misa que celebró ayer jueves por la mañana en el Vaticano, en la Casa Santa Marta, recordando que Jesús “nos ha dejado al Espíritu” y es el Espíritu Santo quién “nos hacer recordar, nos hace comprender que con el mensaje de Jesús comienza un segundo camino”.
La Iglesia así “va adelante así, con tantos santos y tantos pecadores; entre gracia y pecado, la Iglesia va adelante”. Y una cosa que “en un tiempo parecía normal, que no era pecado, hoy es pecado mortal”, dijo
Y señaló: “Pensemos en la esclavitud: cuando íbamos a la escuela nos contaban lo que hacían con los esclavos, los trasladaban de un lugar, los vendían en otro, en América Latina se vendían, se compraban…
Es pecado mortal. Hoy lo decimos. Allí se decía: ‘No lo es’. Es más, algunos decían que se podía hacer esto, ¡porque esta gente no tenía alma! Pero se tenía que ir adelante para entender mejor la fe, para entender mejor la moral.
“Lo mismo con la pena de muerte que era normal un tiempo. Y hoy decimos que es inadmisible la pena de muerte”. El Paap señaló que lo mismo es válido para “las guerras de religión”.
En medio de este “aclarar la fe”, “aclarar la moral” están “los santos que todos conocemos y los santos escondidos” y “esta santidad es la que nos lleva adelante, hacia la segunda plenitud de los tiempos, cuando el Señor vendrá, al final, para ser todo en todos”.
De este modo, por lo tanto, “el Señor Dios quiso hacerse conocer por su pueblo: en camino”
“El pueblo de Dios está en camino siempre”.
También confesarse es un paso en el camino hacia el encuentro con el Señor, señaló el Pontífice e invitó a preguntarnos, cuando nos confesamos, si además de la vergüenza por nuestros pecados, comprendemos que “aquel paso que doy es un paso en el camino hacia la plenitud de los tiempos”.
Porque pedir perdón a Dios no es una cosa automática, “es comprender que estoy en camino, en un pueblo en camino y que un día, quizás hoy, mañana o dentro de treinta años, me encontraré cara a cara con aquel Señor que jamás nos deja solos, sino que nos acompaña en el camino”.
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