El anuncio del ángel a las mujeres resuena en la
Iglesia esparcida por todo el mundo: « Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a
Jesús el crucificado. No está aquí. Ha resucitado... Venid a ver el sitio donde
lo pusieron» (Mt 28,5-6).
Esta es la culminación del Evangelio, es la Buena
Noticia por excelencia: Jesús, el crucificado, ha resucitado.
Este
acontecimiento es la base de nuestra fe y de nuestra esperanza: si Cristo no
hubiera resucitado, el cristianismo perdería su valor; toda la misión de la
Iglesia se quedaría sin brío, pues desde aquí ha comenzado y desde aquí
reemprende siempre de nuevo.
El mensaje que los cristianos llevan al mundo es
este: Jesús, el Amor encarnado, murió en la cruz por nuestros pecados, pero
Dios Padre lo resucitó y lo ha constituido Señor de la vida y de la muerte. En
Jesús, el Amor ha vencido al odio, la misericordia al pecado, el bien al mal,
la verdad a la mentira, la vida a la muerte.
Por esto decimos a todos: «Venid y veréis». En
toda situación humana, marcada por la fragilidad, el pecado y la muerte, la
Buena Nueva no es sólo una palabra, sino un testimonio de amor gratuito y
fiel: es un salir de sí mismo para ir al encuentro del otro, estar al lado
de los heridos por la vida, compartir con quien carece de lo necesario,
permanecer junto al enfermo, al anciano, al excluido... «Venid y veréis»:
El amor es más fuerte, el amor da vida, el amor hace florecer la esperanza en
el desierto.
Con esta gozosa certeza, nos dirigimos hoy a ti, Señor
resucitado.
Ayúdanos a buscarte para que todos podamos
encontrarte, saber que tenemos un Padre y no nos sentimos huérfanos; que
podemos amarte y adorarte.
Ayúdanos a derrotar el flagelo del hambre, agravada
por los conflictos y los inmensos derroches de los que a menudo somos
cómplices.
Haznos disponibles para proteger a los indefensos,
especialmente a los niños, a las mujeres y a los ancianos, a veces sometidos a
la explotación y al abandono. Haz que podamos curar a los hermanos que
padecen tantas enfermedades, que también se difunden a causa de la
incuria y de la extrema pobreza.
Consuela a todos los que hoy no pueden celebrar la
Pascua con sus seres queridos, por haber sido injustamente arrancados de su
afecto, como tantas personas, sacerdotes y laicos, secuestradas en diferentes
partes del mundo.
Conforta a quienes han dejado su propia tierra para
emigrar a lugares donde poder esperar en un futuro mejor, vivir su vida con
dignidad y, muchas veces, profesar libremente su fe.
Te rogamos, Jesús glorioso, que cesen todas las
guerras, toda hostilidad pequeña o grande, antigua o reciente.
Te pedimos por Siria: la amada Siria, que cuantos
sufren las consecuencias del conflicto puedan recibir la ayuda humanitaria
necesaria; que las partes en causa dejen de usar la fuerza para sembrar muerte,
sobre todo entre la población inerme, y tengan la audacia de negociar la paz,
tan anhelada desde hace tanto tiempo.
Jesús glorioso, te rogamos que consueles a las
víctimas de la violencia fratricida en Irak y sostengas las esperanzas que
suscitan la reanudación de las negociaciones entre israelíes y palestinos.
Te invocamos para que se ponga fin a los
enfrentamientos en la República Centroafricana, se detengan los atroces ataques
terroristas en algunas partes de Nigeria y la violencia en Sudán del Sur.
Y te pedimos por Venezuela, para que los ánimos se
encaminen hacia la reconciliación y la concordia fraterna.
Te rogamos, Señor, por todos los pueblos de la Tierra:
Tú, que has vencido a la muerte, concédenos tu vida, danos tu paz. Queridos
hermanos y hermanas, feliz Pascua.
Plaza de San Pedro, domingo de Resurrección, 20 de abril de 2014
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