El Evangelio de este domingo, que es el tercer domingo
de Pascua, es el de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35). Estos
eran dos discípulos de Jesús, los cuales, tras su muerte y pasado el sábado,
dejan Jerusalén y regresan, tristes y abatidos, hacia su aldea, llamada
precisamente Emaús.
A lo largo del camino Jesús resucitado se les acercó, pero
ellos no lo reconocieron. Viéndoles así tristes, les ayudó primero a comprender
que la pasión y la muerte del Mesías estaban previstas en el designio de Dios y
anunciadas en las Sagradas Escrituras; y así vuelve a encender un fuego de
esperanza en sus corazones.
Entonces, los dos discípulos percibieron una
extraordinaria atracción hacia ese hombre misterioso, y lo invitaron a
permanecer con ellos esa tarde. Jesús aceptó y entró con ellos en la casa. Y
cuando, estando en la mesa, bendijo el pan y lo partió, ellos lo reconocieron,
pero Él desapareció de su vista, dejándolos llenos de estupor.
Tras ser
iluminados por la Palabra, habían reconocido a Jesús resucitado al partir el
pan, nuevo signo de su presencia. E inmediatamente sintieron la necesidad de
regresar a Jerusalén, para referir a los demás discípulos esta experiencia, que
habían encontrado a Jesús vivo y lo habían reconocido en ese gesto de la
fracción del pan.
El camino de Emaús se convierte así en símbolo de
nuestro camino de fe: las Escrituras y la Eucaristía son los elementos
indispensables para el encuentro con el Señor. También nosotros llegamos a
menudo a la misa dominical con nuestras preocupaciones, nuestras dificultades y
desilusiones...
La vida a veces nos hiere y nos marchamos tristes, hacia
nuestro «Emaús», dando la espalda al proyecto de Dios. Nos alejamos de Dios.
Pero nos acoge la Liturgia de la Palabra: Jesús nos explica las Escrituras y vuelve
a encender en nuestros corazones el calor de la fe y de la esperanza, y en la
Comunión nos da fuerza. Palabra de Dios, Eucaristía.
Leer cada día un pasaje
del Evangelio. Recordadlo bien: leer cada día un pasaje del Evangelio, y los
domingos ir a recibir la comunión, recibir a Jesús. Así sucedió con los
discípulos de Emaús: acogieron la Palabra; compartieron la fracción del pan, y,
de tristes y derrotados como se sentían, pasaron a estar alegres.
Siempre,
queridos hermanos y hermanas, la Palabra de Dios y la Eucaristía nos llenan de
alegría. Recordadlo bien. Cuando estés triste, toma la Palabra de Dios. Cuando
estés decaído, toma la Palabra de Dios y ve a la misa del domingo a recibir la
comunión, a participar del misterio de Jesús. Palabra de Dios, Eucaristía: nos
llenan de alegría.
Por intercesión de María santísima, recemos a fin de
que cada cristiano, reviviendo la experiencia de los discípulos de Emaús,
especialmente en la misa dominical, redescubra la gracia del encuentro
transformador con el Señor, con el Señor resucitado, que está siempre con
nosotros. Siempre hay una Palabra de Dios que nos da la orientación después de
nuestras dispersiones; y a través de nuestros cansancios y decepciones hay
siempre un Pan partido que nos hace ir adelante en el camino.
Plaza de San Pedro, III domingo de Pascual, 4 de mayo de 2.014
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