Te bendecimos, Padre, porque hoy nos invitas por Cristo
a sentarnos a la mesa eucarística en que Él multiplica el pan
para los hambrientos del mundo y nos da su cuerpo y su sangre.
Danos, Señor Jesús, hambre del pan de vida que eres tú,
y sáciala abundantemente con tu cuerpo inmolado por nosotros,
que convierta en espléndida primavera nuestro desierto calcinado.
El desamor y el egoísmo invaden nuestras vidas pequeñas,
marchitándolo todo alrededor con su atroz, voracidad.
Haz, Señor, que seamos generosos en servir a los más pobres
y estemos dispuestos a compartir todo lo que tenemos
con nuestros hermanos más necesitados, como hiciste tú.
Amén.
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada domingo, San Pablo, España, 1995, p. 501)
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