Con su testimonio de la verdad, el cristiano debe «incomodar» a «nuestras estructuras cómodas», incluso a costo de acabar «en problemas», porque está animado por una «sana locura espiritual» por todas «las periferias existenciales». Siguiendo el ejemplo de san Pablo, que pasaba «de una batalla campal a otra», los creyentes no deben refugiarse «en una vida tranquila» o en componendas: hoy en la Iglesia hay demasiados «cristianos de salón, esos educados», «tibios», para quienes siempre está «todo bien», pero que no tienen dentro el ardor apostólico. Es un fuerte llamamiento a la misión —no sólo en las tierras lejanas, sino también en las ciudades— lo que el Papa Francisco lanzó el jueves 16 de mayo, por la mañana, en la misa celebrada en la capilla de la Domus Sanctae Marthae.
El punto de partida de su reflexión fue el pasaje de los Hechos de los apóstoles (22, 30; 23, 6-11) que tiene como protagonista precisamente a san Pablo en medio de una de sus «batallas campales». Pero esta vez, dijo el Papa, es una batalla «iniciada incluso en cierto sentido por él, con su astucia. Cuando se dio cuenta de la división existente entre los que le acusaban», entre saduceos y fariseos, hizo que se pusieran «uno contra el otro. Pero toda la vida de Pablo iba de batalla campal en batalla campal, de persecución en persecución. Una vida con muchas pruebas, porque incluso el Señor había dicho que éste habría sido su destino»; un destino «con muchas cruces, pero él sigue adelante; él mira al Señor y sigue adelante».
Y «Pablo incomoda: es un hombre —explicó el Pontífice— que con su predicación, con su trabajo, con su actitud incomoda porque precisamente anuncia a Jesucristo. Y el anuncio de Jesucristo incomoda a nuestras comodidades, muchas veces a nuestras estructuras cómodas, incluso cristianas. El Señor quiere siempre que vayamos más adelante, más adelante, más adelante. Quiere «que no nos refugiemos en una vida tranquila o en las estructuras caducas. Pablo, predicando el Señor, incomodaba. Pero él seguía adelante, porque tenía en sí la actitud propiamente cristiana que es el celo apostólico. Tenía fervor apostólico. No era un hombre de componendas. ¡No! La verdad: ¡adelante! El anuncio de Jesucristo: ¡adelante! Pero esto no era sólo por su temperamento: era un hombre fogoso».
Volviendo al relato de los Hechos, el Papa evidenció cómo «el Señor también se mezcla» en la vicisitud, «porque justamente después de esta batalla campal, la noche siguiente, dice a Pablo: ¡ánimo! Sigue adelante, un poco más. Es precisamente el Señor quien le impulsa a seguir adelante: “Como has dado testimonio de mí en Jerusalén, así es necesario que des testimonio también en Roma”». Y, agregó el Papa, «entre paréntesis, a mí me gusta que el Señor se preocupe de esta diócesis desde esa época: ¡somos privilegiados!».
«El celo apostólico —precisó— no es un entusiasmo para tener el poder, para tener algo. Es algo que viene de dentro y que el mismo Señor quiere de nosotros: cristiano con celo apostólico. ¿De dónde viene este celo apostólico? Viene del conocimiento de Jesucristo. Pablo se encontró con Jesucristo, pero no con un conocimiento intelectual, científico —es importante porque nos ayuda— sino con el conocimiento primero, con el conocimiento del corazón, del encuentro personal. El conocimiento de Jesús que me ha salvado y murió por mí: es ese propiamente el punto del conocimiento más profundo de Pablo. Y eso lo impulsa a seguir adelante, anunciar a Jesús».
He aquí entonces que para Pablo «no termina una cuestión que ya comienza otra. Está siempre en dificultades, pero en dificultades no por dificultades en sí, sino por Jesús: anunciando a Jesús, las consecuencias son estas. Conocer a Jesucristo hace que él sea un hombre con este fervor apostólico. Está en esta Iglesia y piensa en la otra, va a la otra y luego regresa a ésta, y va hacia otra. Esto es una gracia. El fervor apostólico, el celo apostólico, es una actitud cristiana».
El Papa Francisco hizo luego referencia a los «Exercitia spiritualia» de san Ignacio de Loyola, sugiriendo la pregunta: «Si Cristo hizo esto por mí, ¿qué debo hacer yo por Cristo?». Y respondió: «El fervor apostólico el celo apostólico se comprende sólo en un ambiente de amor: sin el amor no se comprende porque el celo apostólico tiene algo de locura, pero de locura espiritual, de sana locura. Y Pablo tenía esta sana locura».
«Quien custodia propiamente el celo apostólico —prosiguió el Pontífice— es el Espíritu Santo; quien hace crecer el celo apostólico es el Espíritu Santo: nos da ese fuego interior para seguir adelante en el anuncio de Jesucristo. A Él debemos pedir la gracia del celo apostólico». Y esto vale «no sólo para los misioneros, que son muy capaces. Estos días he encontrado a algunos: “Ah padre, desde hace sesenta años soy misionero en el Amazonas”. Sesenta años y adelante, ¡adelante! En la Iglesia hay ahora muchos y celosos misioneros: hombres y mujeres que siguen adelante, que tienen este fervor. Pero en la Iglesia hay también cristianos tibios, con una cierta tibieza, que no sienten seguir adelante, son buenos. Están también los cristianos de salón. Esos educados, todo bien, pero no saben hacer hijos a la Iglesia con el anuncio y el fervor apostólico».
El Papa invocó al Espíritu Santo para que «nos done este fervor apostólico a todos nosotros; nos dé también la gracia de incomodar a las cosas que son demasiado tranquilas en la Iglesia; la gracia de seguir adelante hacia las periferias existenciales. La Iglesia necesita mucho de esto. No sólo en tierras lejanas, en las Iglesias jóvenes, en los pueblos que aún no conocen a Jesucristo. Sino aquí en la ciudad, precisamente en la ciudad, necesitan este anuncio de Jesucristo. Por lo tanto, pidamos al Espíritu Santo esta gracia del celo apostólico: cristianos con celo apostólico. Y si incomodamos, bendito sea el Señor. Adelante, como dice el Señor a Pablo: “¡Ánimo!”».
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