«El amor, la caridad, el servicio, la paciencia, la bondad, la ternura» son los «bellísimos tesoros» de los que habló el Papa Francisco el viernes 21 de junio, por la mañana, durante la misa en la capilla de la Domus Sanctae Marthae.
Como es habitual, el Pontífice centró su reflexión en las lecturas del día, individuando, en especial, el pasaje del evangelio de Mateo (6, 19-23), un «hilo conductor» entre los términos «tesoro, corazón y luz», y deseando que «el Señor nos cambie el corazón para buscar el verdadero tesoro y llegar a ser así personas luminosas y no de las tinieblas».
La primera cosa que se debe hacer —explicó el Santo Padre— es preguntarse: «¿Cuál es mi tesoro?». Ciertamente no pueden serlo las riquezas, dado que el Señor dice: «No acumuléis para vosotros tesoros en la tierra, porque al final se pierden». Por lo demás —subrayó el Papa—, son «tesoros riesgosos, que se pierden»; y son también «tesoros que debemos dejar, no los podemos llevar con nosotros. Nunca vi un camión de mudanzas detrás de un cortejo fúnebre», comentó. Entonces, ¿cuál es el tesoro que podemos llevar con nosotros al final de nuestra vida terrena? —se preguntó—. La respuesta es sencilla: «Puedes llevar lo que has dado, sólo eso. Pero lo que has guardado para ti, no se puede llevar». Son cosas que pueden robar los ladrones, o bien cosas que se arruinan o que se las llevan los herederos. Mientras que «ese tesoro que hemos dado a los demás» durante la vida lo llevaremos con nosotros después de la muerte, «y ese será “nuestro mérito”»; o mejor —puntualizó—, «el mérito de Jesucristo en nosotros». Además, porque es la única cosa «que el Señor nos permite llevar». Lo dijo claramente Jesús mismo a los doctores de la ley que presumían de la belleza del templo de Jerusalén: «No quedará piedra sobre piedra». Esto es válido también «con nuestros tesoros, los que dependen de las riquezas, del poder humano».
Pero Jesús —destacó el Santo Padre— no se limita a la crítica; da un paso hacia adelante y agrega: «Donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón». Es necesario considerar que «el Señor nos hizo para buscarle, para encontrarle, para crecer. Pero si nuestro tesoro no está cerca del Señor, no viene del Señor, nuestro corazón se inquieta». ¿Un ejemplo? «Mucha gente, incluso nosotros, estamos inquietos —dijo el Pontífice— por tener o lograr algo. Y al final nuestro corazón se cansa, se hace perezoso, se convierte en un corazón sin amor». Es lo que el Papa definió con una imagen eficaz: «el cansancio del corazón. Pensemos: ¿qué tengo yo? ¿Un corazón cansado, que sólo quiere acomodarse con tres o cuatro cosas, con una buena cuenta en el banco? ¿O tengo un corazón inquieto, que busca cada vez más las cosas del Señor?». De aquí la invitación a «cuidar siempre» esta inquietud del corazón. Porque solos no podemos mucho; debe ser el Señor quien nos ayude, Él que prometió: «Haré de vuestro corazón de piedra un corazón de carne, un corazón humano». Al ser una promesa del Señor, podemos pedir la gracia: «Señor cambia mi corazón». Por otra parte, el «Señor no puede hacer nada —puso en guardia el Papa Francisco— si mi corazón está apegado a un tesoro de la tierra, a un tesoro egoísta, a un tesoro del odio», uno de esos tesoros de los que «proceden las guerras».
La última parte de la reflexión de Jesús remite a la expresión: «la lámpara del cuerpo es el ojo», o sea «el ojo es la intención del corazón». En consecuencia, para el Pontífice, «si tu ojo es sencillo, si viene de un corazón que ama, de un corazón que busca al Señor, de un corazón humilde, todo tu cuerpo será luminoso. Pero si tu ojo es malo, todo tu cuerpo será tenebroso».
Al respecto, el Santo Padre pidió a los presentes que se pregunten cómo es nuestro juicio sobre las cosas: «¿Luminoso o tenebroso? ¿Somos personas de luz o de tinieblas? Lo importante es cómo juzgamos las cosas: ¿con la luz que viene del verdadero tesoro a nuestro corazón? ¿O con las tinieblas de un corazón de piedra?». Una respuesta puede venir del testimonio de san Luis Gonzaga, el joven jesuita cuya memoria litúrgica se celebra hoy. «Podemos pedir la gracia de un corazón nuevo —invitó el Papa— a este valeroso muchacho», que nunca se arredró «en el servicio a los demás», hasta el punto de dar la vida por atender a los enfermos. He aquí, entonces, la exhortación del Santo Padre a pedir en la oración que «el Señor cambie el corazón. Que todos estos trozos de corazón que son de piedra el Señor los haga humanos, con esa buenas ganas de seguir adelante buscándolo a Él y dejándose buscar por Él». Porque —concluyó— sólo el Señor puede salvar «de los tesoros que no pueden ayudarnos en el encuentro con Él, en el servicio a los demás».
No hay comentarios:
Publicar un comentario