Hoy bendecimos tu nombre, Padre, Dios amigo de la vida,
porque Jesús, anticipando su propia resurrección, devolvía
la vida a los muertos, como al hijo de la pobre viuda de Naín.
Así cumplía su palabra: “Yo soy la resurrección y la vida”.
Por eso, el contacto con Cristo en su palabra y sacramentos
despierta tu gesto creador que da vida al hombre, tu criatura.
Convierte, Señor, el ánimo de todos al servicio de la vida,
el don supremo que los humanos debemos a tu amor de Padre, para que desaparezcan de nuestro mundo la guerra y la violencia.
Y al paso de los trabajos y los días concédenos crecer siempre
más y más en cristianos hasta la medida plena de Cristo.
Amén.
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 530)
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