Gracias, Padre, porque en Cristo, el buen samaritano,
Sales siempre al encuentro del hombre maltrecho y caído.
Tú no nos dejas nunca solos en las lágrimas y en la noche,
Sino que nos recoges en el hogar de tus manos de padre.
Con su ejemplo nos enseño Jesús a no pasar de largo,
Ignorando al hermano necesitado que encontramos en la ruta.
Concédenos, Señor, imitar tu compasión y tu misericordia,
Para que, portándonos como prójimos de todo hombre y mujer
Que nos acompaña en la común travesía del desierto de la vida,
Nos entreguemos a la apasionante tarea de amar a los hermanos.
Así el amor será nuestra vida y nuestra identificación.
Amén.
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 545)
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