Pedro y Pablo fueron enviados a anunciar el Evangelio en ambientes difíciles.
Cuando nos reconciliamos con Dios, somos liberados de los vínculos del mal y podemos ser testigos de que hemos recibido misericordia.
Los Padres de la Iglesia amaban comparar a los santos Apóstoles Pedro y Pablo con dos columnas, sobre las cuales se apoya la construcción visible de la Iglesia. Ambos han confirmado con su propia sangre el testimonio dado a Cristo con la predicación y el servicio a la naciente comunidad cristiana.
El Libro de los Hechos de los Apóstoles (Cfr. 12,1-11) narra el evento de la reclusión y de la consiguiente liberación de Pedro. Él experimentó el rechazo del Evangelio ya en Jerusalén, pero fue salvado de modo milagroso y así pudo llevar a cabo su misión evangelizadora, primero en Tierra Santa y después en Roma, poniendo todas sus energías al servicio de la comunidad cristiana.
También Pablo experimentó hostilidades de las que fue liberado por el Señor. Enviado por el Resucitado a muchas ciudades con poblaciones paganas, él encontró fuertes resistencias por parte de sus correligionarios y de las civiles.
Estas dos “liberaciones”, de Pedro y de Pablo, revelan el camino común de los dos Apóstoles, los cuales fueron enviados por Jesús a anunciar el Evangelio en ambientes difíciles y en ciertos casos hostiles. Ambos, con sus acontecimientos personales y eclesiales, demuestran y nos dicen a nosotros, hoy, que el Señor está siempre a nuestro lado, camina con nosotros, no nos abandona jamás. Especialmente en el momento de la prueba, Dios nos extiende la mano, viene en nuestra ayuda y nos libera de las amenazas de los enemigos.
Pero recordémonos que nuestro verdadero enemigo es el pecado, y el Maligno que nos empuja a ello. Cuando nos reconciliamos con Dios, especialmente en el Sacramento de la Penitencia, recibiendo la gracia del perdón, somos liberados de los vínculos del mal y aliviados del peso de nuestros errores. Así podemos continuar nuestro recorrido de gozosos anunciadores y testigos del Evangelio, demostrando que nosotros en primer lugar hemos recibido misericordia.
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