La visita que nadie imaginaba, en una mañana cualquiera de agosto, cuando la ciudad parece vaciarse y está comenzando el trabajo cotidiano: en la carpintería, en una central térmica, en un taller de hidráulica, en un depósito o en un periódico, sin diferencias. El Papa se presenta de improviso y desea con sencillez los buenos días. Luego comienza a
preguntar por el trabajo entre cuantos lo realizan, cómo se hace. Al final estrecha la mano a cada uno, entre personas incrédulas felizmente sorprendidas, y se despide con un sonriente «¡Buen trabajo!».
Esto sucedió el viernes 9 de agosto, por la mañana, a quienes estaban trabajando en el minúsculo barrio industrial de la Ciudad del Vaticano, donde está también, desde 1929, la sede de L'Osservatore Romano: poco después de las 9 se vio llegar al Papa Francisco en un coche pequeño con matrícula italiana, acompañado por monseñor Fabián Pedacchio Leainiz.
El Pontífice entró primero en la carpintería, se entretuvo entorno a los bancos de trabajo con los empleados que le miraban con los ojos muy abiertos. Luego se dirigió al cercano taller de los herreros y a la central térmica, donde escuchó con interés las explicaciones de un obrero del turno matutino, estrechó la mano a los otros tres que aparecieron, maravillados, detrás de las grandes turbinas de la central; y salió de nuevo para ir unos pasos más allá, al taller de hidráulica.
Inmediatamente rodeado por los obreros, el Papa Francisco estrechó la mano a todos, respondiendo a alguna palabra de agradecimiento y dirigiéndose a todos con su amplia sonrisa. También a periodistas y a empleados de L'Osservatore Romano, que se asomaron asombrados a la ventana para aplaudirle, mientras el Pontífice correspondía saludando con la mano.
Luego volvió a subir al coche de su ayudante de cámara, Sandro Mariotti, y regresó a Santa Marta. En total, poco menos de veinte minutos. Un tiempo breve pero suficiente para conocer personalmente un rincón poco visible e importante del mundo vaticano, cuyas estructuras se remontan a los primeros años del pontificado de Pío XII. Una hermosa sorpresa para todos. Y es verosímil que no será la última.
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