¿Cómo podríamos silenciar nuestro canto de
alabanza,
Señor, Dios de misericordia, cuando oímos de labios de Jesús
la revelación sublime de tu nombre, que es don, amor y vida?
Cristo nos da el agua viva que calma nuestra sed para siempre
y se convierte dentro de nosotros en surtidor de vida eterna.
¡Gracias, Padre, porque el río de tu amor no conoce el estiaje!
Pero nuestra sed es infinita. Una sed de vida en plenitud,
de felicidad profunda que no defraude, de liberación total,
de pan y cariño, de verdad y dignidad, de amor y esperanza,
de fraternidad y justicia, de solidaridad y derechos humanos.
¿Dónde sino en ti, Señor, encontraremos agua para tanta sed?
Amén.
Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p.
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