La solemnidad de
Cristo Rey del Universo, coronación del año litúrgico, señala también la
conclusión del Año de la Misericordia.
Las lecturas bíblicas que se han proclamado tienen
como hilo conductor la centralidad de Cristo. Cristo está en el centro,
Cristo es el centro. Cristo centro de la creación, del pueblo y de la historia.
1. El apóstol Pablo, en la segunda lectura, tomada
de la carta a los Colosenses, nos ofrece una visión muy profunda de la
centralidad de Jesús. Nos lo presenta como el Primogénito de toda la
creación: en él, por medio de él y en vista de él fueron creadas todas las
cosas. Él es el centro de todo, es el principio: Jesucristo, el Señor. Dios le
ha dado la plenitud, la totalidad, para que en él todas las cosas sean
reconciliadas (cf. 1,12-20). Señor de la creación, Señor de la reconciliación.
Esta imagen nos ayuda a entender que Jesús es el centro
de la creación; y así la actitud que se pide al creyente, que quiere ser tal,
es la de reconocer y acoger en la vida esta centralidad de Jesucristo, en los
pensamientos, las palabras y las obras. Y así nuestros pensamientos serán
pensamientos cristianos, pensamientos de Cristo.
Nuestras obras serán obras cristianas, obras
de Cristo, nuestras palabras serán palabras cristianas, palabras de
Cristo. En cambio, La pérdida de este centro, al sustituirlo por otra cosa
cualquiera, solo provoca daños, tanto para el ambiente que nos rodea como para
el hombre mismo.
2. Además de ser centro de la creación y centro de
la reconciliación, Cristo es centro del pueblo de Dios. Y precisamente
hoy está aquí, en el centro. Ahora está aquí en la Palabra, y estará aquí en el
altar, vivo, presente, en medio de nosotros, su pueblo. Nos lo muestra la
primera lectura, en la que se habla del día en que las tribus de Israel se
acercaron a David y ante el Señor lo ungieron rey sobre todo Israel (cf. 2S 5,1-3).
En la búsqueda de la figura ideal del rey, estos hombres buscaban a Dios mismo:
un Dios que fuera cercano, que aceptara acompañar al hombre en su camino, que
se hiciese hermano suyo.
Cristo, descendiente del rey David, es precisamente
el «hermano» alrededor del cual se constituye el pueblo, que cuida de su
pueblo, de todos nosotros, a precio de su vida. En él somos uno; un único
pueblo unido a él, compartimos un solo camino, un solo destino. Sólo en él, en
él como centro, encontramos la identidad como pueblo.
3. Y, por último,
Cristo es el centro de la historia de la humanidad, y también el centro de
la historia de todo hombre. A él podemos referir las alegrías y las
esperanzas, las tristezas y las angustias que entretejen nuestra vida. Cuando
Jesús es el centro, incluso los momentos más oscuros de nuestra existencia se
iluminan, y nos da esperanza, como le sucedió al buen ladrón en el Evangelio de
hoy.
Mientras todos se dirigen a Jesús con desprecio -«Si
tú eres el Cristo, el Mesías Rey, sálvate a ti mismo bajando de la cruz»- aquel
hombre, que se ha equivocado en la vida pero se arrepiente, al final se agarra
a Jesús crucificado implorando: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (Lc
23,42). Y Jesús le promete: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (v. 43): su
Reino. Jesús sólo pronuncia la palabra del perdón, no la de la condena; y
cuando el hombre encuentra el valor de pedir este perdón, el Señor no deja de
atender una petición como esa.
Hoy todos podemos pensar en nuestra historia,
nuestro camino. Cada uno de nosotros tiene su historia; cada uno tiene también
sus equivocaciones, sus pecados, sus momentos felices y sus momentos tristes.
En este día, nos vendrá bien pensar en nuestra historia, y mirar a Jesús, y
desde el corazón repetirle a menudo, pero con el corazón, en silencio, cada uno
de nosotros: “Acuérdate de mí, Señor, ahora que estás en tu Reino. Jesús,
acuérdate de mí, porque yo quiero ser bueno, quiero ser buena, pero me falta la
fuerza, no puedo: soy pecador, soy pecadora. Pero, acuérdate de mí, Jesús. Tú
puedes acordarte de mí porque tú estás en el centro, tú estás precisamente en
tu Reino.” ¡Qué bien! Hagámoslo hoy todos, cada uno en su corazón, muchas
veces. “Acuérdate de mí, Señor, tú que estás en el centro, tú que estás en tu
Reino.” La
promesa de Jesús al buen ladrón nos da una gran esperanza: nos dice que la
gracia de Dios es siempre más abundante que la plegaria que la ha pedido. El
Señor siempre da más: le pides que se
acuerde de ti y te lleva a su Reino.
Jesús es el
centro de nuestros deseos de gozo y salvación. Vayamos todos juntos por este
camino.
Plaza de San Pedro,
domingo 17 de noviembre de 2.013
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