VATICANO, 04 Nov.
Durante la Misa
celebrada este martes en la Casa Santa Marta, el Papa Francisco llamó a
dejar de lado el egoísmo y creerse el centro de todo, pues estas
actitudes hacen difícil escuchar la voz de Dios, que ofrece como regalo
la salvación eterna.
En su homilía, el Papa reflexionó sobre el pasaje del Evangelio donde un
hombre ofreció una gran fiesta, pero los invitados pusieron excusas
para no ir. Esta parábola, señaló, nos hace pensar porqué “a todos nos
gusta ir a una fiesta, nos gusta ser invitados”. Pero en este banquete
“había algo” que a los tres invitados “que son un ejemplo de tantos, no
les gustaba”.
En ese sentido, recordó que uno de los invitados rechaza ir a la fiesta
porque prefería ir a ver su campo, tiene ganas de verlo para sentirse
“un poco potente”. “La vanidad, el orgullo, el poder, y prefiere más
bien aquello que quedarse sentado como uno entre tantos”. Otro ha
comprado cinco bueyes, por lo tanto está concentrado en los negocios y
no quiere “perder tiempo” con otra gente.
Finalmente el tercero se excusa diciendo que es casado y no quiere
llevar a la esposa a la fiesta. “No quería el afecto para sí mismo: el
egoísmo”, advirtió el Papa.
“Al final los tres tienen una preferencia por sí mismos, no por
compartir una fiesta: no sabe qué es una fiesta”. Siempre, hay un
interés, hay lo que Jesús ha explicado como “el contracambio”.
Francisco dijo que si la invitación hubiera, por ejemplo: “Vengan, que
tengo dos o tres amigos negociantes que vienen de otro país, podemos
hacer algo juntos”, seguramente nadie se habría excusado.
Sin embargo, les asustaba “la gratuidad. Ser uno como los otros, allí.
Precisamente el egoísmo, estar al centro de todo. Es tan difícil
escuchar la voz de Jesús, la voz de Dios, cuando uno gira alrededor de
sí mismo: no tiene horizonte, porque el horizonte es él mismo. Y detrás
de esto hay otra cosa, más profunda: está el miedo de la gratuidad.
Tenemos miedo de la gratuidad de Dios. Es tan grande que nos da miedo”.
Francisco dijo que esto sucede “porque las experiencias de la vida,
tantas veces nos han hecho sufrir” como sucede a los discípulos de
Emaús que se alejan de Jerusalén, o a Tomás, que quiere tocar para
creer. “Cuando la oferta es tanta hasta el Santo sospecha”, señaló el
Papa citando un refrán popular, porque “la gratuidad es demasiada”. “Y
cuando Dios nos ofrece un banquete así” pensamos que “es mejor no
meterse”:
“Estamos más seguros en nuestros pecados, en nuestros límites, pero
estamos en nuestra casa; ¿salir de nuestra casa para ir a la invitación
de Dios, a la casa de Dios, con los otros? No. Tengo miedo. Y todos
nosotros cristianos tenemos este miedo: escondido, adentro…pero no
demasiado. Católicos, pero no demasiado. Confiados en el Señor, pero no
demasiado. Esto ‘pero no demasiado’ marca nuestra vida, nos hace
pequeños, ¿no? Nos empequeñece”.
El Papa explicó que “una cosa que nos hace pensar es que, cuando el
siervo le refirió todo esto a su dueño, el dueño se irritó porque había
sido despreciado. Y manda a llamar a todos los pobres, los lisiados por
las plazas y las vías de la ciudad. El Señor pidió al siervo que obligue
a las personas a entrar a la fiesta. Tantas veces el Señor debe hacer
con nosotros lo mismo: con las pruebas, tantas pruebas”.
“Oblígalos, que aquí será la fiesta”. “La gratuidad. Obligar a aquel
corazón, a aquella alma a creer que es gratuidad de Dios, ¡que el don de
Dios es gratis, que la salvación no se compra: es un gran regalo, que
el amor de Dios…es el amor más grande! Ésta es la gratuidad. Y nosotros
tenemos un poco de miedo y por esto pensamos que la santidad se hace
con nuestras cosas y a la larga, nos volvemos un poco pelagianos ¡eh! La
santidad, la salvación es gratuita”, afirmó.
Francisco recordó que Jesús “ha pagado la fiesta, con su humillación hasta la muerte, muerte de Cruz. Y ésta es la gran gratuidad”.
“Cuando nosotros miramos el Crucifijo pensamos que ésta es la entrada a
la fiesta: ‘Sí, Señor, soy pecador, tengo tantas cosas, pero te miro y
voy a la fiesta del Padre. Me confío. No quedaré desilusionado, porque
Tú has pagado todo’”.
Hoy “la Iglesia
nos pide que no tengamos miedo de la gratuidad de Dios”. Solamente,
“nosotros debemos abrir el corazón, de parte nuestra hacer todo lo que
podemos, pero la gran fiesta la hará Él”, concluyó.
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