Todos los domingos por la mañana, Eucaristía con los jóvenes

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Altar. Capilla Ntra Sra. del Rosario.

viernes, 28 de octubre de 2016

HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO AL EVANGELIO DEL DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO (C)

La página del evangelio de Lucas de este domingo nos muestra a Jesús que en su camino hacia Jerusalén entra en la ciudad de Jericó. Esta es la última etapa de una viaje que resume en sí el sentido de toda la vida de Jesús, dedicada a intentar salvar a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Pero cuanto más se acerca el camino a la meta, tanto más el entorno de Jesús va cerrando el círculo de hostilidad.
Y mismo en Jericó sucedió uno de los eventos más gozosos narrados por san Lucas: la conversión de Zaqueo. Este hombre es una oveja perdida, es despreciado y 'excomulgado' porque es un publicano, más aún, el jefe de los publicanos de la ciudad, amigo de los odiados ocupantes romanos, un ladrón y un explotador. Una 'linda figura…' es así.
Impedido de acercarse a Jesús, probablemente debido a su mala fama y siendo pequeño de estatura, Zaqueo se trepa a un árbol para poder ver al Maestro que pasa. Este gesto exterior, un poco ridículo, expresa entretanto el acto interior del hombre que intenta ponerse por encima de la multitud para tener un contacto con Jesús. Zaqueo mismo, no entiende el sentido profundo de su gesto, no sabe bien por qué hace esto pero lo hace. Tampoco osa esperar que pueda ser superada la distancia que lo separa del Señor, se resigna a verlo solamente pasar.
Pero Jesús cuando llega cerca de ese árbol lo llama por su nombre: 'Zaqueo, baja rápido, porque hoy voy a detenerme en tu casa”. Aquel hombre pequeño de estatura, rechazado por todos y distante de Jesús está como perdido en el anonimato. Pero Jesús lo llama y aquel nombre, Zaqueo,  en el idioma de aquel tiempo tiene un hermoso significado lleno de alusiones Zaqueo de hecho significa: Dios recuerda.
Y Jesús va a la casa de Zaqueo, suscitando las críticas de toda la gente de Jericó(porque también en aquel tiempo se murmuraba mucho). Y la gente decía: ¿pero cómo, con toda la buena gente que hay en la ciudad va a quedarse nada menos que con ese publicano? Sí, porque él estaba perdido y Jesús dice: 'Hoy en esta casa vino la salvación, porque también él es hijo de Abrahán'. En la casa de Zaqueo desde ese día entró la alegría, entró la paz, entró la salvación, entró Jesús.
No hay profesión ni condición social, no hay pecado o crimen de cualquier tipo que sea, que pueda borrar de la memoria y del corazón de Dios a uno solo de sus hijos. Dios recuerda, siempre, no olvida a ninguno de aquellos de los que ha creado; Él es Padre, siempre en espera vigilante y amorosa con el deseo de ver renacer en el corazón del hijo el deseo de volver a casa. Y cuando reconoce ese deseo, incluso simplemente insinuado, y muchas veces casi inconsciente,  inmediatamente  está a su lado y con su perdón le hace más suave el camino de la conversión y del regreso.
Miremos a Zaqueo hoy en el árbol: su gesto es un gesto ridículo, pero es un gesto de salvación. Y yo te digo a ti: si tú tienes un peso sobre tu conciencia, si tú tienes vergüenza por tantas cosas que has cometido, detente un poco, no te asustes.
Piensa que alguien te espera porque nunca ha dejado de recordarte; y ese es tu Padre, es Dios quién te espera. Trépate, como hizo Zaqueo, sube al árbol del deseo de ser perdonado. Yo te aseguro que no quedarás decepcionado. Jesús, es misericordioso y jamás se cansa de perdonar. Recordarlo bien, así es Jesús.
Queridos hermanos y hermanas, dejemos nosotros también que Jesús nos llame por nuestro nombre. En lo profundo de nuestro corazón escuchemos su voz que nos dice: 'Hoy tengo que quedarme en tu casa', yo quiero detenerme en tu casa, en tu corazón, o sea en tu vida. Recibámoslo con alegría. El puede cambiarnos, puede transformar nuestro corazón de piedra en corazón de carne. Puede liberarnos del egoísmo y hacer de nuestra vida un don de amor. Jesús puede hacerlo, déjate mirar por Jesús".


 Plaza  de  San Pedro,  domingo 3 de noviembre  de  2.013

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