La página del evangelio de Lucas de este
domingo nos muestra a Jesús que en su camino hacia Jerusalén entra en la ciudad
de Jericó. Esta es la última etapa de una viaje que resume en sí el sentido de
toda la vida de Jesús, dedicada a intentar salvar a las ovejas perdidas de la
casa de Israel. Pero cuanto más se acerca el camino a la meta, tanto más el
entorno de Jesús va cerrando el círculo de hostilidad.
Y mismo en Jericó sucedió uno de los
eventos más gozosos narrados por san Lucas: la conversión de Zaqueo. Este
hombre es una oveja perdida, es despreciado y 'excomulgado' porque es un
publicano, más aún, el jefe de los publicanos de la ciudad, amigo de los odiados
ocupantes romanos, un ladrón y un explotador. Una 'linda figura…' es así.
Impedido de acercarse a Jesús,
probablemente debido a su mala fama y siendo pequeño de estatura, Zaqueo se
trepa a un árbol para poder ver al Maestro que pasa. Este gesto exterior, un
poco ridículo, expresa entretanto el acto interior del hombre que intenta
ponerse por encima de la multitud para tener un contacto con Jesús. Zaqueo
mismo, no entiende el sentido profundo de su gesto, no sabe bien por qué hace
esto pero lo hace. Tampoco osa esperar que pueda ser superada la distancia que
lo separa del Señor, se resigna a verlo solamente pasar.
Pero Jesús cuando llega cerca de ese árbol lo llama por su nombre:
'Zaqueo, baja rápido, porque hoy voy a detenerme en tu casa”. Aquel hombre
pequeño de estatura, rechazado por todos y distante de Jesús está como perdido
en el anonimato.
Pero Jesús lo llama y aquel nombre,
Zaqueo, en el idioma de
aquel tiempo tiene un hermoso significado lleno de
alusiones Zaqueo
de hecho significa: Dios recuerda.
Y Jesús va a la casa de Zaqueo, suscitando
las críticas de toda la gente de Jericó(porque también en aquel tiempo se
murmuraba mucho). Y la gente decía: ¿pero cómo, con toda la buena gente que hay
en la ciudad va a quedarse nada menos que con ese publicano? Sí, porque él
estaba perdido y Jesús dice: 'Hoy en esta casa vino la salvación, porque
también él es hijo de Abrahán'. En la casa de Zaqueo desde ese día entró la
alegría, entró la paz, entró la salvación, entró Jesús.
No hay profesión ni condición social, no
hay pecado o crimen de cualquier tipo que sea, que pueda borrar de la memoria y
del corazón de Dios a uno solo de sus hijos. Dios recuerda, siempre, no olvida
a ninguno de aquellos de los que ha creado; Él es Padre, siempre en espera
vigilante y amorosa con el deseo de ver renacer en el corazón del hijo el deseo
de volver a casa. Y cuando reconoce ese deseo, incluso simplemente insinuado, y
muchas veces casi inconsciente,
inmediatamente está a su lado y
con su perdón le hace más suave el camino de la conversión y del regreso.
Miremos a Zaqueo hoy en el árbol: su gesto
es un gesto ridículo, pero es un gesto de salvación. Y yo te digo a ti: si tú
tienes un peso sobre tu conciencia, si tú tienes vergüenza por tantas cosas que
has cometido, detente un poco, no te asustes.
Piensa que alguien te espera porque nunca
ha dejado de recordarte; y ese es tu Padre, es Dios quién te espera. Trépate,
como hizo Zaqueo, sube al árbol del deseo de ser perdonado. Yo te aseguro que
no quedarás decepcionado. Jesús, es misericordioso y jamás se cansa de
perdonar. Recordarlo bien, así es Jesús.
Queridos hermanos y hermanas, dejemos
nosotros también que Jesús nos llame por nuestro nombre. En lo profundo de
nuestro corazón escuchemos su voz que nos dice: 'Hoy tengo que quedarme en tu
casa', yo quiero detenerme en tu casa, en tu corazón, o sea en tu vida.
Recibámoslo con alegría. El puede cambiarnos, puede transformar nuestro corazón
de piedra en corazón de carne. Puede liberarnos del egoísmo y hacer de nuestra
vida un don de amor. Jesús puede hacerlo, déjate mirar por Jesús".
Plaza de San Pedro,
domingo 3 de noviembre de 2.013
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