Bendito seas, Padre, porque, llegada su hora,
Cristo fue el grano de trigo que, al morir, da fruto abundante.
El sol que agoniza en la tarde y resucita en el alba.
El ramo de olivo que supera el invierno inclemente.
La luz que vence la sombra, y el amor que derrota el odio.
Créanos, Señor, un corazón nuevo para una alianza nueva.
Y renuévanos por dentro con la fuerza de tu Espíritu Santo.
Para que, convertidos en hijos de la luz, en hijos tuyos.
Vivamos tu ley de amor con un talante alegre y renovado.
Así podrán los demás ver el rostro de Cristo reflejado.
En nosotros, y glorificar por siempre tu nombre de Padre.
Amén.
Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 264
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