Todos los domingos por la mañana, Eucaristía con los jóvenes

Todos los domingos por la mañana, Eucaristía con los jóvenes
Altar. Capilla Ntra Sra. del Rosario.

jueves, 28 de noviembre de 2013

ESPACIOS DE DIGNIDAD Y LIBERTAD PARA LOS ANCIANOS PIDE EL PAPA

Para los ancianos se necesitan «espacios de dignidad y libertad», no de «cerrazón y silencios» que con demasiada frecuencia se convierten en «una tortura». Es el llamamiento que lanzó el Pontífice durante la audiencia del sábado 23 de noviembre, por la mañana, a los participantes en la conferencia internacional promovida por el Consejo pontificio para la pastoral de la salud.
Durante el encuentro, que tuvo lugar en el aula Pablo VI, el Papa reafirmó que las personas ancianas, «a pesar de los inevitables “achaques”, a veces incluso serios, son siempre importantes, es más, indispensables», porque «llevan consigo la memoria y la sabiduría de la vida». Por ello su existencia «conserva siempre su valor a los ojos de Dios, más allá de toda visión discriminante».
Mientras que la familia «sigue siendo el lugar privilegiado de acogida y de cercanía», es necesario que las estructuras asistenciales ofrezcan «el apoyo de ayudas y servicios adecuados» a los ancianos enfermos, garantizando el «respeto de la dignidad, de la identidad, de las necesidades de la persona asistida, pero también de quienes la asisten, familiares y agentes sanitarios». Sólo en esta perspectiva el itinerario de atención se transforma en «una experiencia muy rica tanto profesional como humanamente»; de lo contrario —exhortó el Santo Padre — se corre el riesgo de llegar a ser «mucho más semejante a la simple y fría “tutela física”». El Papa se refirió también a la «importancia del aspecto religioso y espiritual» de la actividad  asistencial: una dimensión que, recordó, «sigue siendo vital incluso cuando las capacidades cognitivas se reducen o se pierden».
Antes de reunirse con los congresistas el Pontífice saludó, en la sala Clementina, a los miembros de los Comités olímpicos europeos, alentándoles a promover a través del deporte «los valores humanos y religiosos que son el fundamento de una sociedad más justa y solidaria». Cuando la actividad deportiva «se considera únicamente según parámetros económicos o de consecución de la victoria a toda costa —destacó— se corre el riesgo de reducir a los atletas a mera mercancía de la cual sacar provecho», en un mecanismo perverso que hace perder «el verdadero sentido de su actividad».

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