Todos los domingos por la mañana, Eucaristía con los jóvenes

Todos los domingos por la mañana, Eucaristía con los jóvenes
Altar. Capilla Ntra Sra. del Rosario.

jueves, 9 de mayo de 2013

BENDITA VERGÜENZA



El confesionario no es una «tintorería» que quita las manchas de los pecados, ni una «sesión de tortura» donde se dan bastonazos. La confesión es, en efecto, el encuentro con Jesús, y donde se experimenta su ternura. Pero es necesario acercarse al sacramento sin maquillajes o medias verdades, con mansedumbre y con alegría, confiados y armados de esa «bendita vergüenza», la «virtud del humilde» que nos hace reconocer pecadores. El Papa Francisco dedicó a la reconciliación la homilía de la misa celebrada el lunes 29 de abril, por la mañana, en la capilla de la Domus Sanctae Marthae.
El Papa inició la homilía con una reflexión sobre la primera Carta de san Juan (1, 5-2,2), donde el apóstol «habla a los primeros cristianos y lo hace con sencillez: “Dios es luz y en Él no hay tiniebla alguna”. Pero “si decimos que estamos en comunión con Él”, amigos del Señor, “y caminamos en las tinieblas, mentimos y no obramos la verdad”. Y a Dios es necesario adorarlo en espíritu y en verdad».
«¿Qué significa —se preguntó el Papa— caminar en las tinieblas? Porque todos nosotros contamos con la oscuridad en nuestra vida, incluso con momentos donde todo, incluso la propia conciencia, está a oscuras, ¿no? Caminar en las tinieblas significa estar satisfecho de sí mismo, estar convencido de no tener necesidad de salvación. ¡Esas son las tinieblas!». Y, prosiguió, «cuando uno sigue adelante por este camino de las tinieblas, no es fácil dar un paso hacia atrás. Por eso san Juan continúa, tal vez este modo de pensar lo hizo reflexionar: “Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros”. Mirad vuestros pecados, nuestros pecados: todos somos pecadores, todos. Este es el punto de partida».
«Pero si confesamos nuestros pecados —explicó el Pontífice— Él es fiel, es justo, tanto que perdona nuestros pecados y nos purifica de toda iniquidad. Es el Señor bueno, fiel y justo que nos perdona. Cuando el Señor nos perdona hace justicia. Sí, hace justicia primero a sí mismo, porque Él ha venido para salvar y cuando nos perdona hace justicia a sí mismo. “Soy tu salvador”, y nos acoge». Lo hace con el espíritu del Salmo 102: «“Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por los que le temen”, hacia los que van a Él. La ternura del Señor nos comprende siempre, pero incluso no nos deja hablar: Él lo sabe todo. “Estad tranquilo, puedes ir en paz”, esa paz que sólo Él da».
Es lo que «sucede en el sacramento de la Reconciliación. Muchas veces —dijo el Santo Padre— pensamos que ir a confesarnos es como ir a la tintorería. Pero Jesús en el confesionario no es una tintorería». La confesión es «un encuentro con Jesús que nos espera como somos. “Pero, Señor, oye, soy así”. Nos da vergüenza decir la verdad: hice esto, pensé esto. Pero la vergüenza es una auténtica virtud cristiana y también humana. La capacidad de avergonzarse: no sé si en italiano se dice así, pero en nuestra tierra a quienes no pueden avergonzarse, les dicen “sinvergüenza”. Esto es “un sin vergüenza”, porque no tiene la capacidad de avergonzarse. Y avergonzarse es una virtud del humilde».
El Papa Francisco retomó el pasaje de la carta de san Juan. Son palabras, dijo, que invitan a tener confianza: «El Paráclito está a nuestro lado y nos sostiene ante el Padre. Él sostiene nuestra débil vida, nuestro pecado. Nos perdona. Él es precisamente nuestro defensor, porque nos sostiene. Entonces, ¿cómo debemos ir al Señor, así, con nuestra verdad de pecadores? Con confianza, también con alegría, sin maquillarnos. Nunca debemos maquillarnos delante de Dios. Con la verdad. ¿Con vergüenza? Bendita vergüenza, esta es una virtud».
Jesús nos espera a cada uno de nosotros, reafirmó citando el Evangelio de Mateo (11,  25-30): «“Venid a mí, vosotros que estáis cansados y agobiados”, incluso por el pecado, “y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. Esta es la virtud que Jesús nos pide: la humildad y la mansedumbre».
«Humildad y mansedumbre —prosiguió— son como el marco de una vida cristiana. Un cristiano va siempre así, con humildad y con mansedumbre. Y Jesús nos espera para perdonarnos. Podemos hacerle una pregunta: ir a confesarse, ¿no es entonces ir a una sesión de tortura? ¡No! Es ir a alabar a Dios, porque yo pecador he sido salvado por Él. ¿Y Él me espera para apalearme? No, me espera con ternura para perdonarme. ¿Y si mañana hago lo mismo? Vas otra vez, y vas, y vas, y vas. Él siempre nos espera. Esta ternura del Señor, esta humildad, esta mansedumbre».
El Papa, por último, invitó a tener confianza en las palabras del apóstol Juan: «Si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre». Y concluyó: «esto nos alivia. Es hermoso, ¿eh? ¿Y si sentimos vergüenza? Bendita vergüenza, porque es una virtud. El Señor nos da esta gracia, esta valentía para ir siempre a Él con la verdad, porque la verdad es luz. Y no con las tinieblas de las medias verdades o de las mentiras ante Dios».

No hay comentarios:

Publicar un comentario